viernes, julio 17, 2009

Una procesión de estrellas






Se arrojaron a mi cabeza, casi acariciándome, alumbrándome, como luciérnagas camicaces se me aparecieron las estrellas. Millones de constelaciones nos observaban aquella dulce y fresca noche de verano.

Siempre las había conocido estáticas, pero ese día se lanzaron hacia mi al salir yo de la tienda de campaña donde cenamos mientras caía la noche. Puse un pie fuera de la tienda y, ¡zas!, se desprendieron sobre nosotras. Toda la noche nos iluminaron a través de la tela que conformaba nuestro hogar nómada.

A la mañana siguiente todo iba bien hasta que empecé a sentirme mal y decidí refugiarme inconscientemente en mi desánimo de no superar mi malestar y alcanzar la cumbre Norte a 5.162 msnm.

No llegué, pero aprendí que las montañas difícilmente tienen límites y las puedes domar y yo, inocente ynovata, quería ver la cumbre y alcanzarla rápido y con facilidad, y no fue así. Me engañé.

Querer ver tus logros a corto plazo es ignorar parte de la naturaleza de la vida. Lo mejor siempre es disfrutar del camino, del paseo... ¿para llegar a dónde? A donde quiera que me lleve el sendero. Allá donde pare y mire hacia atrás, ya habré aprovechado lo recorrido.

Y así fue, sonreí al parar en el refugio a aproximadamente 4.600 msnm y allá empecé a disfrutar de lo que había realizado. El sol amanecía igual que mi espíritu, y se quedó atónito y resplandecido ante tanta belleza que le rodeaba. El Cotopaxi, el Antisana, el Corazón, los Illinizas... miraban al mundo descubiertos de nubes aposetnadas a sus pies, por debajo de nuestra miradas.

Un paraíso terrenal: los Illinizas, o cualquier otra montaña que venga en el futuro, os digo, que no tendré miedo a tu infinitud, te lo prometo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

De lo mejor que has escrito...
Me gustó mucho...

mOnsOOn dijo...

Mmm...¿Y esta misteriosa alma que me ha dejado este mensaje tan lindo?

¿Quién será?

Gracias corazón.