viernes, octubre 24, 2008

Varias curiosidades de un día especial (19.10.2008)





Amigas/os,

Son las 7 de la mañana del lunes de la segunda semana que paso aquí, por así decirlo. Ayer volvíamos en coche de pasar un espléndido día en Turbaco, población aledaña a Cartagena, donde compartimos una comida comunitaria.
Primero esperamos durante una hora y cuarto en la esquina de enfrente de Actuar por Bolívar (la ONG con la que trabajamos y en uno de cuyos recintos tenemos nuestro apartamento donde vivimos) para que llegara el Metrocar (no metro, sino bus) que nos llevaría a la Terminal de Autobuses; luego cogimos una buseta a Turbaco. En él las gallinas quiquiricaban, o como se diga, así sin más, a las 8 de la mañana, y yo las acompañaba con un cocorocóooo; de camino paramos en el Jardín Botánico, aunque tan solo teníamos hora y media de visita porque nos esperaban en el almuerzo comunitario en Turbaco. Para llegar al Jardín Botánico tuvimos que caminar 20 minutos bajo el sol entre antiguas fincas y caballerías de personas adineradas de Colombia. El Jardín Botánico fue espléndidamente bonito, aunque de botánica como tal no aprendimos de nada porque no nos acompañó ningún guía y tampoco había cartelitos que explicaran aquellos conocimientos que a veces había compartido con tu hermano y con Julio. Ranitas chiquitas, lagartigitas, pajaritos, muchos pajaritos súper amigables, así como las maripositas que se revoloteaban en el cortejo del amor, algún pajarito carpintero… Y muchas plantas, muchas flores, muchos árboles; me sentía como un hada en su aposento de privilegiada en el reino de la naturaleza. Tras el Jardín Botánico, un moto-taxi con silla colectiva para varias personas fue el único transporte que nos podía acercar a Turbaco, donde nos esperaba Maria Piñerez, la trabajadora social que coordina los proyectos de Actuar-Turbaco. La casa donde se ubica la sede de Actuar-Turbaco pertenecía a una familia adinerada y es bien colonial y espaciosa y con un terreno bien amplio para el cultivo de árboles frutales y floripondios varios. Disfruté como loca mirando toda la vegetación. La comida comunitaria era en San Rafael de la Cruz, municipio que pertenece a Arjona, muy cerca de Turbaco. Llegamos con el coche de Wilson (amigo que trabaja en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) como si fuéramos los reyes del mambo. Turbaco me recordó a Palenque en sus deficiencias higiénicas, con casas de adobe, plásticos y poco más, y apenas calles de barro llenas de niñas y niños en cuero. En San Rafael de la Cruz, un pequeñito pueblo con adorables personas, estaba el grupo que nos había invitado a un almuerzo comunitario porque éste había asistido a un curso de alfabetización de Actuar-Turbaco. María Piñerez había sido la facilitadora del curso de enero a octubre (esa era la duración del curso) y cada domingo se dirigía a San Rafael y daba sus clases de alfabetización. A la comida comunitaria, celebración de final de curso –por así decirlo-, asistieron como 15 de los usuarios, la mayoría mujeres. Primero estuvimos visitando el pueblo con algunas de estas personas, visitando sus casas (en una de ellas, un abuelito que tenía un vivero me vendió una plantita llamada Siempreviva, tan bonita como el mismo abuelito) y luego nos reunimos en un lugar bonito que nos prestó una señora amiga de María y allí nos pusimos en círculo y nos dispusimos a que nos contaran cómo había ido el curso. Cada persona se presentó y contó cual era su actividad económica. La mayoría eran mujeres amas de casa, y el resto, hombres que se dedicaban a la agricultura. En todo ese momento de presentaciones me emocioné y casi lloré. La comida consistió en un sancocho de mandongo, un guiso con callos y distintas partes del cerdo. Como podréis suponer, o no, no comí ni una pizca de esa carne porque solo verla me… argggg, pero les agradecí toda su acogida y cariño al preparar un sancocho e invitarnos. De allí nos fuimos a un chiringo a tomar unas cervezas, y allí nos quedamos mucho rato conversando María, Cristina y Diego (mis compis de piso), Wilson (nuestro amigos de Naciones Unidas) y yo. La música que venía de las casas empezó a sonar a partir de las 4, entremezclándose una con la otra, como siempre pasa en cualquier calle de Colombia a casi cualquier hora del día. De las cervezas nos fuimos de nuevo a una casa donde celebraban un cumpleaños y allí estuvimos jugando con niños (que estaban por la calle, es decir, que en realidad no estaban bien mudados en el cumple, sino que estaban por allí merodeando) que nos enseñaron a manejar barriletes y cometas (barrilete es la variación de una cometa. El barrilete es octogonal o algo así) y hasta nos regalaron una. Yo aluciné y disfruté como una tonta.
Durante el día conseguí un barrilete, una planta (que se la pagué debidamente a un abuelo que se dedicaba a cultivarlas), y el día más emotivo que había pasado hasta ahora en Colombia. Bien bonito, cercano y enriquecedor.
Ojalá regresemos a San Rafael de la Cruz pronto, muy pronto, a agradecerles a estas personas que nos acogieron con su cariño y amor.
Y bueno, lo restante ya fue una cena de perrito caliente en Arjona, en la plaza mayor del pueblo, donde estaban todos los pelaos’ (chavales jóvenes) rumbeando (ligoteando mientras bailan) entre la música de un chiringo y la música de un coche y las dos mil músicas que competían por ser la más alta y más vacana de toda la plaza.
Y el resto fue intentar dormir sin aire después de un corte del suministro eléctrico en nuestro barrio de Canapote y muchos otros de la zona…

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